Por: Mirko Lauer
Gregorio Santos probablemente supo desde el primer día que el gambito gubernamental de los dos sacerdotes facilitadores no iba a funcionar. Pero calculó que un desplante simultáneo a la Iglesia Católica y al diálogo le iba a costar aprobación en Cajamarca. Al parecer ahora esa consideración ha dejado de tener importancia.
El propio gobierno tenía claro que la misión de Miguel Cabrejos y Gastón Garatea era sobre todo para ganar tiempo. Lo que no se tenía claro era qué hacer con el tiempo ganado. Si descontamos que Yanacocha sigue haciendo obra civil en Conga, el asunto de la mina anda como antes. Pero algunas cosas de fondo han cambiado en estos meses.
Es evidente que la suspensión de Conga no tendría que ver solo con este proyecto, ni solo con el malhumor de los inversionistas de la rama, o el destino del gabinete Jiménez. La suspensión definiría quién corta el bacalao en buena parte de la política peruana, y lo haría en la dirección de las masas organizadas en las calles.
La comparación natural de lo que está sucediendo es con la movilización arequipeña contra una privatización energética en tiempos de Alejandro Toledo. La movilización no solo suprimió para todo fin práctico las privatizaciones en el país (se pasó a las concesiones), sino que le abrió el paso al retorno de un electorado de izquierda.
La propuesta que acaba de hacer Patria Roja de comités de autodefensa popular contra la delincuencia en el norte irónicamente apunta a la virtual imposibilidad del Estado de usar sus fuerzas represivas en cualquier espacio de confrontación, como quedó demostrado bajo el premierato de Valdés.
En otras palabras, la conversión de la protesta ambientalista en una lucha por el poder en términos territoriales. Algo parecido a lo que vienen haciendo la informalidad y el crimen organizado en la lucha por tener fueros propios frente al Estado. El famoso desborde popular de José Matos Mar, ahora bajo nueva administración.
Tienta decir que si el gobierno de Ollanta Humala no tiene un plan para ganar en Conga, como ha venido demostrando hasta ahora, en efecto mejor sería que reduzca el daño dándose cuenta de sus limitaciones. El problema es que la victoria popular-radical en Conga va a ser replicada en otros lugares. Espinar fue un globo de ensayo.
Entonces, ¿qué viene después de los curas? ¿Otra vez los ministros y los uniformados? Lo ideal sería que fueran los cuadros políticos profesionales, pero Humala casi no cuenta con este tipo de infantería. Sus seguidores del nacionalismo y Gana Perú ya están cansados de agitar en las calles, y ahora son más parte del problema que de la solución.
El propio gobierno tenía claro que la misión de Miguel Cabrejos y Gastón Garatea era sobre todo para ganar tiempo. Lo que no se tenía claro era qué hacer con el tiempo ganado. Si descontamos que Yanacocha sigue haciendo obra civil en Conga, el asunto de la mina anda como antes. Pero algunas cosas de fondo han cambiado en estos meses.
Es evidente que la suspensión de Conga no tendría que ver solo con este proyecto, ni solo con el malhumor de los inversionistas de la rama, o el destino del gabinete Jiménez. La suspensión definiría quién corta el bacalao en buena parte de la política peruana, y lo haría en la dirección de las masas organizadas en las calles.
La comparación natural de lo que está sucediendo es con la movilización arequipeña contra una privatización energética en tiempos de Alejandro Toledo. La movilización no solo suprimió para todo fin práctico las privatizaciones en el país (se pasó a las concesiones), sino que le abrió el paso al retorno de un electorado de izquierda.
La propuesta que acaba de hacer Patria Roja de comités de autodefensa popular contra la delincuencia en el norte irónicamente apunta a la virtual imposibilidad del Estado de usar sus fuerzas represivas en cualquier espacio de confrontación, como quedó demostrado bajo el premierato de Valdés.
En otras palabras, la conversión de la protesta ambientalista en una lucha por el poder en términos territoriales. Algo parecido a lo que vienen haciendo la informalidad y el crimen organizado en la lucha por tener fueros propios frente al Estado. El famoso desborde popular de José Matos Mar, ahora bajo nueva administración.
Tienta decir que si el gobierno de Ollanta Humala no tiene un plan para ganar en Conga, como ha venido demostrando hasta ahora, en efecto mejor sería que reduzca el daño dándose cuenta de sus limitaciones. El problema es que la victoria popular-radical en Conga va a ser replicada en otros lugares. Espinar fue un globo de ensayo.
Entonces, ¿qué viene después de los curas? ¿Otra vez los ministros y los uniformados? Lo ideal sería que fueran los cuadros políticos profesionales, pero Humala casi no cuenta con este tipo de infantería. Sus seguidores del nacionalismo y Gana Perú ya están cansados de agitar en las calles, y ahora son más parte del problema que de la solución.
No hay comentarios:
Publicar un comentario