03 agosto, 2012

Territorio Conga


Por: Iñigo Maneiro

Cuando, por el retrovisor derecho, vi al comunero corriendo y gesticulando junto a la camioneta, supe que la noche iba a ser larga. Eran las 4:30 de la tarde, bajé del carro, me presenté y le dije lo que estábamos haciendo: un libro del departamento de Cajamarca. Me dijo que tenía que estacionar el vehículo e identificarme con los ronderos que estaban más abajo.

_DSC2714.JPGUnos 20 minutos después estaba rodeado de unas 18 personas entre autoridades, ronderos, curiosos y niños. En dos momentos sentí mucha tensión. Durante todo el tiempo hablaban por teléfono con Huangamarca y con Bambamarca, para saber quién era y lo que hacía. Me encontraba en la zona de Huilcate, en la provincia de Hualgayoc. Territorio minero por excelencia desde la época de la Colonia. Territorio Conga.

A la hora entramos todos al local de los ronderos, era de noche, estaba a oscuras salvo una pequeña mesa de madera iluminada por dos velas. Se iba a celebrar una asamblea en la que iban a participar ronderos de varias comunidades, así como autoridades. Había que informar a todos los convocados por teléfono, silbidos, gritos o corriendo de puerta en puerta, y ellos decidirían qué hacer.

Hacía frío. El lugar se encuentra en torno a los 3.700 metros de altura. Forma parte de los páramos o jalcas, un ecosistema muy especial que sólo se encuentra en las alturas de los departamentos de Piura y Cajamarca. Parece la puna, pero es más húmeda y lluviosa, abundan la niebla y los afloramientos de rocas. En ellas nacen musgos y líquenes multicolores, pequeñas flores, y orquídeas que se cobijan en los recovecos de las piedras. El paisaje es plano, nostálgico, extenso y cubierto de paja. Hay pequeñas localidades de agricultores de papa, tubérculos y cereales andinos, y de pastores de vacas y ovejas. Todo se alimenta de una complejísima red hídrica que nace de las lagunas características que hay en este ecosistema, y de los cerros, formando arroyos y riachuelos que alimentan los valles de más abajo. Es como una piel llena de capilares sanguíneos.

En el local se congregaron unas 60 personas. La mayoría con ponchos colorados y sombreros. Chacchaban coca. A veces se creaban silencios absolutos en los que sólo se escuchaba el tac tac de los matecitos de cal que se usa para activar la coca que se mastica. Muchos intervinieron hablando sobre Conga y pidiendo que se conociese su opinión en el Perú, porque los medios, según ellos, no informan bien. Cada vez que entraba alguien había que presentarse, y el presidente de mesa hacía lo mismo. Se hablaba de los mineros, de los tres que estábamos viajando y de nuestras identificaciones, del gobierno, y de los consultores y ONG’s que llegan como negociadores. También hablaron de los leones que viven en los cerros, del árbol de la quina que crece solitario, de sus lagunas y de lo que cultivaban. A veces nos pedían que nos quedásemos varios días para conocer el lugar, y otras que no podíamos seguir nuestro viaje y que nos iban a retener hasta sabe Dios cuándo, porque no tenían seguridad de quiénes éramos.

Describo cómo veo esas partes implicadas en un conflicto que empaña uno de los departamentos más bellos del Perú, de gente cálida y generosa, como la que nos acompañó durante los 40 días de viaje que hicimos por todas sus provincias.

Cuando los cerros son dioses y todos somos jefes
Para muchos pueblos, y pasa en la sierra y selva peruanas, la humanidad no es exclusiva de la gente, sino que muchas cosas que les rodean, animales, plantas, cerros, lagunas o cataratas comparten una humanidad, un alma, cargada de intención, voluntad y poder. Así, para poder vivir, es decir, para tener éxito en los cultivos, la salud individual o del grupo, el ganado o los partos, hay que saber negociar, entender y mantener equilibrios, con todos ellos. En esto, los chamanes, en las sociedades más tradicionales, son los especialistas.

Hay una humanidad compartida. La naturaleza no es sólo un objeto que se puede transformar, es algo vivo con la que hay que saber negociar. La gente es polifacética, construye casas, sabe de plantas, cultiva y cría, entiende del clima y maneja enormes espacios físicos donde desenvuelve sus actividades: cosecha, pastoreo, mercados, centros administrativos, cacería, leña, arcilla, piedra, colegios alejados… por eso, cuando se toca una parte, la percepción, se quiera aceptar o no, es que se afecta el todo.

Esa personalidad multifacética, que todo lo hace, genera una especie de carácter autónomo, también de grupo del que se depende mucho, que hace que todos se sientan un poco jefes, ‘autoridad’, como les gusta decir. Esta autoridad está diluida y es múltiple: el profesor, el sanitario, el rondero, el teniente alcalde, el jefe de la comunidad, el alcalde delegado, el chamán, el teniente gobernador, el presidente de la organización… los procesos de negociación son largos y muy complejos. Hace falta tiempo para entenderlos y esto solo se consigue pasando largas temporadas en estos lugares. En el local donde estábamos había unas 60 personas, y todas eran o se sentían, de alguna u otra manera, autoridad.

Una vez participé en una reunión en Imaza, en el Alto Marañón, a la que asistieron jefes de comunidades nativas que se encontraban a 5 días de camino. Es decir, hicieron un viaje de 10 días, entre ida y vuelta, para asistir a la asamblea que convocamos. ¿Hasta dónde podemos llegar viajando por el mundo 10 días? Cuando estás con una sociedad capaz de hacer eso tienes que ser muy original y comprometido para trabajar con ella y más, si ese trabajo, de alguna manera, compromete el entorno en el que viven. La gente, no sólo las autoridades, quiere participar, saber y opinar, porque, salvo en sus círculos cerrados, no lo hace nunca.

En nuestras ciudades y empresas, el mecanismo es otro. La naturaleza está escasamente presente y se convierte en objeto. Los espacios son menores, la autoridad está ordenada, los servicios, en general, funcionan, hay muchos canales de comunicación y las personas, las que quieren, están informadas. La velocidad, el espacio y el tiempo son otros. Los dioses no son los cerros, son el yoga, la religión, la política, el fútbol. Los círculos familiares son más pequeños, mientras que en muchas comunidades se reconocen relaciones de hasta 5º grado, con las que se establecen solidaridades y alianzas diversas. Son autónomos, pero son grupales. El territorio no sólo es la casa o el carro, es todo lo que rodea, muchas veces en conflicto entre propiedad privada y colectiva, o entre comunidades y localidades colindantes.

Cuando viajábamos hacia Bambamarca estábamos atravesando el territorio que ellos consideran suyo, desde la época de sus ancestros y del que dependen para vivir. Como en estos lugares, en nuestro caso ocurren cosas similares, hay playas que para entrar hay que identificarse o barrios cuyos accesos dependen de barreras con vigilantes. Todos hemos visto sitios que se manifiestan radicalmente en contra ante la iniciativa, por ejemplo, de abrir un nido en una de sus calles. En el puerto de Ancón se logró desactivar un proyecto, el del puerto, por la defensa del medio ambiente y de esa bella bahía. A pesar de las anteriores diferencias, que son grandes, en otras cosas, para bien y para mal, nos parecemos.

Aguas de colores y camiones cisterna
Durante la asamblea salió un tema recurrente, las ciudades de Bambamarca y Hualgayoc. Varios de sus ríos son de colores radioactivos, se ven pozas de relave desbordadas de las que emanan todo tipo de sustancias, muchos cerros están deforestados y las familias de Hualgayoc, por ejemplo, dependen de un camión cisterna que les abastece de agua semanalmente.

Durante las horas que estuve con los ronderos, les comenté en alguna ocasión que la minería moderna es una de las empresas que mayores estándares de trabajo posee, más implicada está en temas sociales, más dinero deja en forma de canon, más exigencias en temas medioambientales y en recuperación de los espacios intervenidos tiene, o más consultores y negociadores contrata. Pero la realidad no son las palabras, es lo que estas comunidades ven diariamente: aguas de colores muertas como escenas sacadas de la película "Mad Max".

Es muy difícil convencer a una población de una actividad determinada cuando la experiencia cotidiana es nefasta. Pensaba, mientras escuchaba esto, que antes de cualquier iniciativa, antes de cualquier estudio de impacto ambiental, el Gobierno, y las propias empresas mineras, porque de lo contrario pierden credibilidad, deberían exigir la finalización absoluta de esas prácticas que arrasan con todo lo que se pone a la redonda, sean informales o formales.

La minería actual ha tenido una evolución infinita, hay que reconocerlo, pero arrastra un pasivo histórico muy grande. En muchas ocasiones, a lo largo del viaje por Cajamarca, así como escuchaba de los beneficios generados ella, se hablaba de su falta de humildad para reconocer ese pasivo, hacerlo, ser humildes, es comenzar con buen pie. En la ciudad de Cajamarca me decían que, en ocasiones, algunos altos cargos de las mineras tienen prioridad y no hacen las colas en el banco, o que se han cerrado calles enteras porque un ejecutivo de alguna de ellas estaba almorzando en un restaurante. Uno de los grandes problemas de Conga, de unos y de otros, es, también, la falta de estilo.

Hay que reconocer, y es normal, que el diálogo entre empresas mineras y comunidades, ambos en universos paralelos, es complicado. No es fácil superar ese problema de comunicación, de llegada, para unos y otros. Acá intervienen los consultores y negociadores.

La gente que no quiere comer nuestros cuyes
En la asamblea había gente que tomaba la palabra, se levantaba, y después de presentarse y, de nuevo, presentarnos a todos, decía que porqué esos consultores no se quedaban a pasar tiempo en las comunidades, a recorrer los caminos, a subir los cerros, a conocer sus chacras, a estar en sus fiestas o a ‘aprender a comer cuy’. Sienten que les infantilizan, porque según ellos, llegan personas que nunca han estado en un páramo, y dan lecciones de ecología a los que siempre han vivido ahí y conocen ese territorio como la palma de su mano.

En algunas ocasiones he visto cómo llegan negociadores en helicópteros, camionetas o deslizadores por ríos, despliegan un arsenal de tecnología, entre computadoras, proyectores, ecran, teléfonos… en sitios en los que el mayor avance tecnológico es la letrina que instaló Fujimori. Para cuando los lugareños se adaptan y empiezan a entender algo, el consultor ya tiene que recoger sus cosas y regresar a su lugar de origen. La forma de comunicar y lo poco que se comunica. Los espacios supuestamente de diálogo en los que hay poco interés para saber del mundo del otro.

La falta de estilo, la ausencia de códigos de comunicación, el no saber o no querer informar bien, el no ponerse en el lugar del otro, el manejo de otros tiempos y espacios, complejos, diferentes, de unos y otros. La percepción es que el accionar de muchos de esos consultores es comodón, centralista y sin el compromiso necesario para entrar, realmente, en ese otro.

Recuerdo una situación que quizá parodie esto. Una vez en Santa María de Nieva me encontré con una chica vasca, de Bilbao. Le pregunté quién era y qué hacía. Me dijo que había venido a realizar un diagnóstico del Alto Marañón para una fundación extranjera. El Alto Marañón tiene unos 30 mil kilómetros cuadrados, es más grande que el País Vasco. Se hablan tres idiomas, lo habitan dos pueblos indígenas, los aguarunas y huambisas, y su ecosistema, el amazónico, no tiene parecido con ninguno de los que hay en Europa. Quise saber si la chica había llegado con otra gente, me respondió que sola, y le pregunté para cuánto tiempo había venido a realizar el diagnóstico, me dijo que hasta mañana.

La perversión del canon minero
No hay un rubro económico que invierta tantos millones en desarrollo social como lo hace la minería. En ocasiones ni siquiera el Estado, porque muchas de las zonas mineras del país están en lugares remotos donde éste brilla por su ausencia. Si hay tanto dinero, ¿por qué la gente tampoco está contenta?

Antes de llegar a Celendín se pasa por un bello pueblo, ubicado en un valle pequeño, que se llama La Encañada. Es uno de los lugares de mayor renta per cápita del Perú. A la entrada hay un enorme y moderno hospital levantado con dinero del canon minero. Está vacío. El canon permite construir infraestructuras, pero no contar con equipos, personal, formación o campañas. Es dinero con poca eficiencia social y, por tanto, genera frustraciones y resentimientos en la población supuestamente beneficiada. El órgano que lo regula, el SNIP, no asesora ni capacita a autoridades e instituciones que, durante toda su vida, han manejado unos pocos miles de soles y que ahora reciben millones. Yo, que ya los quisiera tener, me pierdo en mi economía doméstica. La inversión en infraestructura, que es la inversión que antes se ve y, por tanto primero se publicita, no responde a los principales problemas que viven estos lugares, prioritarios para todos: la educación y la salud. Y no nos podemos confundir, de esto no tienen responsabilidad las mineras.

Esta situación se complica más. Después de Celendín, en la larga ascensión a sus partes altas, por donde se atraviesan campos floridos de linaza, hay un pueblo minúsculo que se llama Saraus. El nombre me llamó la atención porque en mi tierra hay una localidad pesquera que se llama Zarautz, donde se come extraordinario pescado y tiene muy buenas olas para hacer surf. Les pregunté por el origen de ese nombre, me dijeron que un cura vasco lo puso cuando antes todo era hacienda.

Cuando llegué a Saruaus coincidí con una reunión de alcaldes y gente del Gobierno Regional, con los profesores y alumnos. Un alcalde, mientras caminábamos por el monte, me decía, ‘el canon es un botín. Lo primero hay que asegurar el repartir la parte correspondiente entra las localidades que forman el territorio municipal. En muchos sitios de Cajamarca decimos que las autoridades entran pobres y salen ricas’. La corrupción. El resentimiento, por tanto, aumenta, y el principio de autoridad se fractura. Todo se vuele más complejo y explosivo. No hay autoridad formal y, a su vez, hay muchas formas de autoridad locales. El Estado, así como debe poner fin a las malas prácticas mineras, debe cambiar las políticas del canon.

La marca se desmarca
Siempre pienso que el Perú es un país único. Sus récords son mundiales en zonas de vida, ecosistemas, climas, especies, ríos y montañas. En este país se hablan más de 55 idiomas diferentes. Sólo la selva amazónica es más grande que toda España. Hay comunidades de pastores que viven en alturas que no existen en Europa. Sus culturas son milenarias, algunas de origen civilizatorio a escala planetaria. Hay más diferencias en 200 kilómetros en línea recta aquí, que en 5 mil en ese continente. La geografía es indomable e históricamente no ha habido ni economías ni Estados fuertes para manejarla, tampoco interés para entenderla. El potencial del país es enorme, y diverso. De hecho es la imagen con la que nos posicionamos en el extranjero. Hacia fuera somos el país de la diversidad. Pero hacia dentro, nuestras prácticas y estilos, construyen el país de la homogeneidad. La Marca Perú, de alguna forma, se desmarca en el Perú. Queremos pensar, intervenir, hablar, comer, negociar, trabajar, informar o amar de la misma manera en costa, sierra y selva, en Miraflores o en Huilcate. Un absurdo.

Eran las 2 de la noche cuando salimos del local de los ronderos. Tenía mucho frío y no habíamos comido en todo el día. Estaba cansado y me sentía, también, molesto por mi retención. Me sorprendió el firmamento, la cercanía de las estrellas, la belleza que tenía la Vía Láctea.

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