02 junio, 2013

Otra vez el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial


Una vez más el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) van a celebrar sus clásicas reuniones de primavera en Washington.

La capital estadounidense será sede de los debates y las mesas de discusión en las que participarán cientos de funcionarios de todo el mundo y miembros de la sociedad civil, y en las que se reflexionará sobre la crisis y los retos del “desarrollo” en el mundo.

Atrás parecen haber quedado los años en que el FMI estaba al borde de la quiebra, pues no tenía programas suscritos con casi ningún país, a excepción de Turquía. Era la segunda mitad de la primera década del Siglo XXI cuando este gigante de las finanzas globales estaba a punto de vender sus reservas de oro para pagar su planilla.

Muchos países incluyendo Brasil, Argentina y Rusia le habían pagado sus deudas con las reservas generadas y no querían saber de ninguna asesoría ni programa económico venido del FMI.

Empezaron los debates sobre si el fondo debía desecharse o convertirse solo en una gran base de datos. La reforma parecía inevitable.

De igual modo, el Banco Mundial pasaba por una crisis de legitimidad y sobre su propio rol, mientras que los países del sur empezaban a hablar de regionalización financiera en la que con instrumentos financieros propios y sobretodo sin condicionalidades de política para abrir las economías o destrozar las bancas de fomento por ejemplo, se podía pasar a otro esquema de financiamiento al desarrollo en el mundo. Un país un voto el lema para la construcción de una banca de desarrollo de nuevo tipo.

Es que estas dos organizaciones estaban muy desprestigiadas, especialmente después de la crisis asiática de fines de los noventa y la debacle argentina de principios de siglo tras haber seguido a pie juntillas, todas las recomendaciones del FMI.

Pero luego vino la crisis de las economías desarrolladas, la quiebra de bancos de inversión, los problemas fiscales y de cuentas externas de los países del G7 y otros industrializados, lo que significó un balón de oxígeno para estos paquidermos financieros.

Con nuevas funciones y más recursos pero con el mismo enfoque neoliberal, el FMI y el BM volvieron a ocupar su hegemonía dentro de los organizamos multilaterales. Se volvieron los instrumentos idóneos del G20 para responder a la crisis.

Hasta las economías emergentes hicieron aportes para el “salvataje” del FMI. Sin duda, la crisis global y el empobrecimiento de la clase trabajadora del norte, significaron una bendición para ese par. El FMI sigue pidiendo ajustes presupuestales y reformas estructurales al mejor estilo de los noventa con la consiguiente condena a la miseria de millones de pensionistas y trabajadores. Es el caso de Grecia, España, y varios países más.

Y el Banco Mundial sigue financiando proyectos que violan derechos humanos como es el caso de su brazo financiero la IFC (Corporación Financiera Internacional), que según un informe de un órgano (CAO) del propio BM, no toma en cuenta los impactos sociales ni ambientales que genera con sus financiamientos.

Eso se plasma en proyectos como el de minas Conga en (Cajamarca, Perú), que a pesar de haber generado muertos, paros indefinidos y crisis política, se insiste en su viabilidad. El IFC es accionista de este proyecto.

Asimismo, el IFC financia la empresa Dinant en Honduras, responsable de decenas de muertos por el impacto de su actividad. Pero eso no le importa al Banco Mundial.

Total tanto para él, como para el FMI, la economía no tiene que ver con la gente de a pie. Solo se trata de equilibrar las cuentas así cueste sangre y dar todos los beneficios a la inversión privada.
 

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