(Foto: La República)
Por: Roxana Olivera
Caminando a paso ligero en las alturas de la jalca cajamarquina, Revista Ideele divisó entre la niebla a una figura diminuta con un enorme sombrero de paja que es más grande que ella. Su nombre es Máxima Acuña, y la llaman la guardiana de las lagunas. Esta campesina cuya vida consistía en criar a sus cuatro hijos, vigilar a sus animales, sembrar sus cultivos, confeccionar ponchos y tejer frazadas se ha visto de pronto enfrentada a la empresa minera Yanacocha y a contingentes de la DIROES que llegaron a desalojarla, golpearon brutalmente a su familia, pero no pudieron en su momento con ella. Hace unas semanas le ganó un juicio a la minera, pero ello no impidió que llegaran ahora a destruirle la ampliación de su casa. Una mujer que ha parido a sus hijos sola, en las madrugadas, caminando por los páramos para buscar ayuda, ya perdió el miedo mientras sigue resistiendo dentro de los escombros de su casa.
Cuenta que cuando su último hijo estaba por nacer, cruzó un río y casi dio a luz agarrada a una roca. Recuerda que en ese momento, “Le lloré a Dios, diciéndole: ‘Tú sabes que por mi pobreza y el hambre de mis hijos me veo ahora en esta penosa situación, por favor te ruego que no me desampares y me des fuerza!’” Se puso de pie y siguió caminando. Bajo una lluvia torrencial, Máxima llegó con un costal de papas a Amarcucho, al caserío que la vio nacer, donde vivía la abuela de Jaime, su esposo. Allí, minutos después, una perrita anunció el nacimiento de Carlos, su cuarto hijo. Cuando, por fin, llegó Jaime, su abuela le pegó dos palazos por haber dejado sola a su esposa.
¿Quién es Máxima Acuña? ¿De dónde saca tanta fuerza esta mujer, de quien el padre de Ollanta Humala dijo que algún día futuras generaciones le harán un monumento por su valentía y heroísmo? Esta es su historia.
Orígenes y formaciónYo nací en el caserío Amarcucho, del distrito de Sorochuco, el 29 de mayo de 1970. Soy la tercera de 4 hermanos, dos varones y dos mujeres. Mi papá murió cuando yo tenía 8 años. A mí de chiquita me gustaba cuando mi mamá salía, dejándome en la casa, yo primero tenía que hacer limpieza en la casa. De ahí tenía que criar cuyes. Después, me gustaba tejer sombreros. Mi mamá tejía sombreros de paja blanca. Tejía y le quedaban pajitas a ella y yo las agarraba y las escondía y los días que no estaba mi mamá, me ponía a practicar, a tejer el sombrero. Yo armaba los sombreros pequeñitos, chiquititos, como para juguetes, para muñecas. Yo recogía las tuzas del choclo, del maíz, y las cortaba y hacía la plantilla. Después hacía la copa, los terminaba, hacía la falda, la orilla y los sacaba solita yo. Mis amigas tenían sus muñecas, ellas llegaban y me decían: “Véndeme para mi muñeca”. Entonces, hacíamos el trato con ellas. En ese tiempo me daban 10 céntimos, la mitad de los 10 céntimos.
A mi mamá la veía que cosía vestimentas del estilo del lugar que usamos las mujeres. Cosíamos sacos, enaguas, faldas, polleras. Mi mamá cosía todo eso, pero yo la miraba nada más a ella cuando cosía y también cuando cortaba, le quedaban pedacitos de tela. Eso yo lo agarraba y lo escondía, porque mi mamá no permitía que cojamos nada. Eso no nos permitía mi mamá; nos corregía; nos pegaba. Yo cogía las telitas y las escondía. Y cuando ya faltaba, empezaba a coser con una aguja de mano, agujas que venden para remendar. Y con eso yo armaba el saco, la falda, el fustán, y venían mis amigas y decían: “¿Qué has hecho?” Y yo les decía: “Ya esto he hecho.” Y ellas traían sus muñecas y les medían la ropa que yo cosía. Entonces, ellas me compraban pues. Y así me gustaba hacer, me gustaba trabajar. Y así los días que mi mamá faltaba, primerito tempranito hacía yo el aseo en la casa. Después empezaba a coser. Y vendía y tenía yo. Y eso me gustaba a mí bastante.
La plata la enterraba yo, así la juntaba. A veces, compraba alguna cosita y le daba a mi mamá. Le decía: “Toma mamá; esto he hecho y lo he vendido”, pero con miedo que me pegue. Cuando yo le daba la plata, me la recibía pues. Sí, me la recibía. Cuando yo ya tenía 11 años, cuando iba ya para los 12 años, venían y me decían: “Cóseme mis ropitas para mi bebito, para niñitas, para bebitas mujercitas.” Yo les cosía los funditos, unos morillitos, les hacía sus saquitos. Aprendí a hacer mis sacos para mí. Tenía algunos familiares que me traían algunas telitas. Esas las cortaba yo. Anteriormente se usaban los sacos con capelos. Ahorita ya no los utilizamos. Ya se ha dejado de usar.
Si queríamos algo corriente nomás, no lo cosíamos sino que lo bordábamos. Me gustaba bastante hacer todas estas cosas. Como los tejidos en kallwa que mi mamá tejía. Todo eso aprendí al mismo tiempo, viendo a mi mamá y a algunas mujeres que hilaban así también. Me ponía a hacer de todo. Y como todo me salía bien, me gustaba bastante... Las familias pobres no teníamos ovejas, ganado, caballos. Por eso yo no pasteaba porque no había. Ninguno de mis hermanos fue a la escuela porque mi papá falleció y mi mamá era pobre. No tenía, y, anteriormente, no tenían interés en que nos eduquen. Por eso, nosotros no llegamos a conocer la escuela.
El esposo y la familiaBueno, eso pasó porque yo me quedé huérfana. Mi mamá salía. No sé dónde se iba. Se demoraba dos días, tres días. Antiguamente, los mayores eran bien ignorantes. No nos dejaban dentro de sus casas. Nos dejaban así afuera en el corredor; allí teníamos que dormir. Bueno pasó una cosa. Seguro que Jaime me conocía. Bueno, claro, me imagino, pero sin tener conversación, sin tener ningún diálogo, sin que seamos enamorados, él, como asegurándose que yo estaba allí sola y que mi hermanito era pequeñito y no puede hablar. Allí, él se aprovechó, viendo que yo estaba sola. Pero yo a él no lo conocía, ni tampoco pensaba en él como enamorado, nada. Yo más bien a él le tenía vergüenza ―usando nuestra forma de hablar, yo le tenía vergüenza― pero él se aprovechó. Bueno, yo me quedaba; quería decirle a mi mamá, pero pensaba que mi mamá me iba a pegar, porque mi mamá era recontra ignorante. Yo no tenía ninguna explicación de mi mamá sobre cómo era la vida, cómo era la niñez.
Bueno, yo me sentía mal. No tenía cariño, ni entusiasmo, sino como después ya pasó como un año, yo estaba de 13 para 14 años, allí él empezó a seguirme. Empezó a mostrarse como si ya fuera mi enamorado, pero a mí no me llamaba la atención. Sino que según él, sus padres le dijeron: “Pueda ser que sepa su familia o alguien de su familia que sepa de justicia, te pueden denunciar. Y más bien trata de ―me imagino que así le aconsejaron a Jaime― seguirla y a aparecerte y comprometerte con ella.” Esa es la explicación que le dieron, pero no lo hicieron porque ellos realmente me quisieran a mí y me querían en su casa, sino que ellos lo hicieron por temor a la justicia y que alguien de mi familia se entere y se llegue a esa situación, porque mi mamá tampoco sabía nada de justicia. Nada.
Él tenía 16 años, yo tenía 14. Se apareció y habló con mi mamá, y mi mamá ni siquiera me preguntó a mí; ni si quiera me dijo: “¿Hija, cómo es?” Brutalmente nomás dijo: “Ya pues, te está siguiendo, que sea.” Yo no me sentía bien, pues. Yo tenía algo en mi corazón, de que podía reaccionar y de que no tendría un amor con él, ¿no?, realmente. Bueno, así pues se comprometió. Estuvimos un año más y un año después yo ya me vi embarazada.
Por meses vivía donde mi mamá, pero no tenía ahí tranquilidad. Me llevaba él donde su mamá. Llegaba y no me trataban bien, porque trataban de marginarme. No me querían porque yo era bien pobre. Con las lágrimas en mis ojos, yo tenía que estar ahí y servirlos a ellos. En el campo acostumbran a pelar el trigo, el mote y a tostar la cebada para los molinos, para que le lleven a los peones. Yo no dormía. En la noche les lavaba su ropa. Yo amanecía pelando su trigo y mote. Yo salía a las 4:00 am al campo, al monte, a juntar su leña. Les traía su leña a ellos. Yo los servía bastante. En el día tenía que trabajar. Me ponía a urdir, a hacer mis tejidos; yo hacía mis alforjas; hacía mis ponchos; hacía mis frazadas. No teníamos ropa para cambiarnos, yo y Jaime. No teníamos un polo que ponernos, una chompa que ponernos. ¿Yo qué hacía? Yo no tenía ovejas, pero le sacaba lana de las ovejas de la gente. Me daban lana para medias. Hacía frazadas y las vendía. Con la venta de esas frazadas yo me compraba una blusita o un polito. Igual a Jaime le compraba una chompa, o un polo, o un par de yangüés, lo que sea...y así la pasábamos.
El terreno en cuestiónPara comprar nuestro terreno arriba en la jalca, yo pedí ganado partido. Me dieron ganado partido. Nos dan una vaca, nosotros la vemos. La vaca logra su cría en nuestro poder, esa cría nos la dan a nosotros y nosotros les entregamos la vaca pero con otro a pie. Eso es partido. Nos dan, por ejemplo, ovejas partido, chanchos a la media, así, entonces yo criaba. Y de mi trabajo lo que vendía, de mi comida que cosechaba y mis cuyes, mis gallinitas, todo lo juntábamos, uníamos la platita. Para comprar esa jalca, tuve un torito que le saqué a una vaca a partido, y ese torito ya era grande, pero no tenía dónde criarlo. En la noche me iba donde la gente tenía sus chacras de maíz, su pasto. Me iba y juntaba la hierba en la noche y la traía y la amontonaba para que ese torito coma esa hierba, ese pasto, en el día para que se haga grande. Y cuando apareció ese terreno, vendimos ese toro, empleamos la platita que habíamos juntado, lo que trabajábamos. Tenía ahí mis ovejitas, las vendimos. Teníamos nuestro potrillito, lo vendimos. Todos nuestros animalitos pequeñitos los vendimos para poder juntar esa plata y comprar esa jalca que ahora la mina nos quiere quitar.
Esa jalca se la compramos al tío de Jaime, el señor Esteban Chaupe Rodríguez. Él compró esa jalca no recuerdo en qué año. Tuvo esa jalca por tres o cuatro años y de ahí se apareció un terreno al lado de su casa en Cruz Pampa. Él vivía en Cruz Pampa. Entonces, él agarra esa jalca y nos avisa a nosotros y nos dice: “Mira sobrino, te vendo ese terreno arriba en la jalca porque tú estás al lado de tu papá.” Mi suegro Samuel Chaupe había comprado un lote del señor Santos García de Chugurmayo. El tío compró al costado; era colindante. El tío nos vende a nosotros ese terreno y así fuimos colindantes con mis suegros. Nosotros tenemos un documento que es de la comunidad. En la comunidad se forman unas autoridades de la comunidad. Estas autoridades tienen una autorización de qué comunero hace un traspaso a otro comunero. Esa comunidad le da su documento de traspaso. Tenemos el documento de traspaso de las mismas autoridades de la comunidad y también tenemos el documento de posesión. La posesión el señor Esteban me la pasa a mí. Por eso yo quedo como posesionaria allí. Tenemos un documento firmado en el que se habla quiénes son los vendedores y quiénes son los compradores y cuánto de dinero se dio por ese terreno. De acuerdo a la linderación, de ancho es 800 metros por cada lado. Y por cabecera, agarra 1,500, por el pie 1,500. El plano lo ha levantado un ingeniero civil en 2012, donde sale 25 hectáreas.
Y ahora la minera quiere coger ese predio. O sea, me lo quiere quitar gratis, porque el Ingeniero Guillermo Silva ―dicen que en ese tiempo era el gerente del área de relaciones comunitarias― va y compra terrenos de los colindantes y se va y levanta el plano que él quiere, sin avisarles ni a los colindantes para que le muestren las linderaciones, agarra y levanta el plano, engloba todo con mi terreno dentro y se lo vende todo a Yanacocha. Y por eso, en el conflicto se enfrentó el Ingeniero Guillermo Silva. Él es el autor de todo esto, fue con la policía, con el personal, en los primeros desalojos del mes de mayo. Después nuevamente regresaron en el mes de agosto. Las autoridades hicieron llamar a esa persona, que él era el culpable, que él era el que tenía que responder. Pero los ingenieros de Yanacocha, de la empresa, no se presentan a ninguna audiencia. Sin embargo, a ellos todavía les dan libertad y a nosotros nos acusan sin que tengamos ningún delito.
A mí me golpeó la policía. Me cogieron entre tres de cada brazo así hacia atrás y los demás vinieron con sus palotes y me jalaban como a una persona que no sentía nada, ¿no? Me golpearon los brazos. Me agarraron y me arrastraron por el suelo, por las piedras me golpearon mis tobillos. Me patearon en la cintura. Me maltrataron. Me patearon por todas partes, por eso ahora siento dolor en mi cintura, en mis brazos. Anteriormente yo no tenía ningún problema para trabajar, pero ahora sí me siento mal y ya no tengo la energía para trabajar, como anteriormente, sin ningún problema. Todo eso se ha denunciado, pero lamentablemente no han seguido adelante con nuestras denuncias, con nuestros procesos. Las autoridades no valoran nuestras denuncias. Eso todo lo han archivado. Por ejemplo, yo tengo certificados médicos míos, pero no los valoran. No los toman en cuenta. Las autoridades hacen como si no hubiera pasado nada. Se tapan la boca, se callan y no pronuncian una sola palabra al respecto. Nada. Cuando mataron a mis ovejas, lo mismo. Ellos no dijeron nada.
Ahora lo único que exijo es que la empresa minera me enseñe un documento que demuestre que yo les he vendido este terreno. ¿Por qué no le exigen eso los jueces?
Puesta al día