David Roca Basadre
Los pobladores de Cajamarca convocaron a una Marcha Nacional por el Agua, en el marco de su lucha por impedir que la minera Yanacocha haga – una vez más – enlas alturas de Celendín, lo que ya hizo antes en Combayo, Baños del Inca, Porcón, etc., luego de sostener las mismas promesas que ahora repite, provocandocon sus actos la destrucción de varias lagunas, y trayendo como consecuencia, además, el crecimiento desordenado de la ciudad de Cajamarca, con los empobrecidos por la minería hacinados en una ciudad que ha perdido también sucapacidad de abastecimiento de agua. Así, el río Grande, que abastece con el 50 por ciento del agua potable a la ciudad de Cajamarca, ha perdido su cabecera de cuenca y su napa freática ha descendido más de 130 metros. Todo en solo dosdécadas.
Los que favorecen los intereses de la empresa minera antes que cualquier otro interés poblacional, dicen que la Marcha por el Agua es una maniobra políticade extremistas que azuzan a la población. No pienso contradecirlos.
Yanacochaha dispuesto a varios agentes azuzadores en la zona al mando de Carlos Santa Cruz, con agentes como Javier Velarde, Antonio Ardiles, Darío Zegarra, todos almando del camarada Roque Benavides, ordenando cercar las lagunas, disponiendo maquinarias en tierras ajenas, amenazando a los que se quejan al ser forzados adejar sus tierras o porque no hay donde puedan abrevar sus ganados. Y entonces,claro, los afectados dicen basta.
Y claro que es política la marcha – ni modo que sea técnica – porque quieren los marchantes y los que los apoyan, otro modelo de desarrollo, uno que les permitavivir bien, con dignidad y no sumirse en la pobreza a la que está destinadacada localidad tocada por una actividad extractiva. Y quieren más, porque aspiran a que la democracia sea algo tangible, que se coma, que calme la sed. La lista de reclamos mínimos es contundente: se trata de pedir la intangibilidad delas cabeceras de cuenca, la prohibición de la minería de mercurio y cianuro, de reclamar el agua como un derecho humano. Por eso se suman otros más de muchas regiones, con la espontaneidad de la esperanza. Por eso surge la solidaridadinternacional.
Y es que hay que ubicarse en un contexto mayor que el de nuestras fronterasartificiales, para entender mejor lo de Conga, que prefigura un debate nacionalen muchos casos concretos, pero que es parte de un gran debate mundial.
Según la UNESCO más de 2 mil millones de personas sufrirán por falta de agua en 2050,lo que es un tercio de la humanidad. La producción mundial de alimentos tendrá que aumentar un 70% para 2050, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), y se requerirá al menos la mitad adicional de energía de la que se usa ahora. Faltan cuarenta años para 2050. Osea, nada.
Porotro lado, dice una comisión del parlamento europeo que cada habitante de la Unión Europea arroja anualmente a la basura 179 kilos de productos alimenticios en perfecto estado de consumo, es decir que casi el 50% de productos sanos y comestibles se pierden en el proceso que lleva desde la producción hasta la mesa del consumidor.
El modelo de desarrollo al que sirven los proyectos extractivos mineros, petroleros, de cultivos intensivos para la exportación – como los que pretende el Grupo Gloria al apropiarse de casi el 80% de las tierras beneficiadas por el proyecto Olmos – es el que sirve a este sistema irracional. Ese precisamente, que además está en quiebra planetaria no solo por excesos en sus manipulaciones financieras, sino que se aproxima a su fin por el agotamiento de recursos anivel planetario.
“Los límites del crecimiento se definen, al mismo tiempo, por el volumen de los stocks de recursos naturales no renovables disponiblesy por la velocidad de la regeneración de los recursos renovables dela biósfera”,dice Serge Latouche, ideólogo del decrecimiento y la antieconomía. La gran Marcha por el Agua, que la organizan campesinos y pueblos indígenas y pobres de la ciudad, intuye esto y lo asume. Y lo expresa en pacífica, y explícitamente pacifista,protesta que marca la irrupción formal en la política del más grande pelotón de olvidados e indignados de nuestra historia republicana.
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