16 julio, 2012

RP 417 Entre la calle Tarata y la Plaza San Martín


Por: Wilfredo Ardito Vega

Ella trabaja en un prestigioso banco limeño y en su colegio y la universidad la recuerdan como una buena amiga.  La semana pasada, escribió que los campesinos fallecidos en Celendín y Bambamarca merecían morir por borregos.   Muchos limeños reaccionaron como esta joven abogada.    Inclusive, cuando vieron que la policía golpeaba a Marco Arana, soltaron frases de “¡Bien hecho!” y todo tipo de burlas crueles.

Esas expresiones me hicieron recordar a un amigo, quien me confesaba, avergonzado, que lo más terrible de las reuniones familiares era cuando sus parientes militares hacían chistes sobre las violaciones a las campesinas.   Esto ocurría en los años ochenta, durante el conflicto armado.

Lamentablemente, ni la Comisión de la Verdad ni los esfuerzos posteriores de algunas instituciones han logrado enfrentar un problema fundamental del Perú: la insensibilidad hacia el sufrimiento del otro.  Es impresionante cómo este fenómeno se produce entre los limeños que tienen mejor educación y posición económica, de donde surgen precisamente aquellos que toman las decisiones que podrían mejorar la vida de los demás.     La reacción frente a las muertes de campesinos en Ayacucho durante los ochenta, las muertes de Espinar en mayo o las de Celendín hace apenas 10 días demuestra su notable capacidad para la indiferencia, alimentada por creencias como que los pobres son pobres porque quieren o que no existe ninguna causa real que motive las protestas sociales, salvo la manipulación de algunos dirigentes.

Es verdad que entre los limeños más despectivos hay prejuicios hacia todos los que llaman “provincianos”, pero esto es mucho más fuerte hacia los habitantes de la sierra.  Por ejemplo, este año se han producido violentas protestas en Sechura y Paita, con un elevado saldo de policías heridos, pero no han causado un estereotipo de que los piuranos sean violentos.    En cambio, el serrano es percibido como violento, artero y resentido.

Un día como hoy, hace 20 años, los limeños sintieron miedo, pánico y horror ante el terrible atentado de la calle Tarata… pero sinceramente, creo que eso no originó mayor solidaridad hacia los demás peruanos.  En mi opinión, mas bien Fujimori usó el temor que causó este crimen para plantear una represión más indiscriminada: las desapariciones de La Cantuta, dos días después, fueron consideradas por muchos como un “costo necesario”, como también que en los meses siguientes cientos de inocentes fueran condenados como si fueran senderistas.

Como antes del coche bomba de Tarata, como antes del conflicto armado, las heridas del racismo siguen separando a los peruanos.  Por eso, todavía es imposible lograr una verdadera reconciliación, porque a quienes fueron indiferentes frente al sufrimiento de sus compatriotas ni siquiera se les ocurre que deban pedir perdón.   En eso, lamentablemente, se parecen a los militares y los miembros del MOVADEF que se empeñan en negar su responsabilidad en los crímenes perpetrados en aquella época.

En este contexto es que los medios de comunicación logran manipular sentimientos y emociones, logrando que muchos limeños desinformados sientan que su bienestar se encuentra amenazado por las protestas contra el proyecto Conga.    Creer algo así solamente es posible porque subsiste un sentimiento racista, donde se considera a los serranos como una carga para la sociedad.   Recordemos que, también en tiempos de Fujimori,  mucha gente aprobaba las esterilizaciones forzadas, bajo el argumento que era mejor que los serranos ya no tuvieran hijos.   Inclusive un magistrado declaraba hace poco que debía actuarse con severidad porque “los quechuas y aymaras son muy violentos”.

El año pasado, todas estas percepciones se manifestaron en insultos racistas ante el temor irracional de “perderlo todo” a manos de Humala.  Este año, mas bien, Humala es el guardián del bienestar de quienes hace un año lo maldecían y ahora a él le exigen que aplique mano dura.

Una muestra de ello ha sido la reacción frente a las pintas en el monumento a San Martín, durante la marcha del pasado jueves.   Yo particularmente estaba muy indignado, pues tengo especial afecto hacia la Plaza San Martín… pero era impresionante que muchos otros indignados se encogían de hombros frente a las muertes de Celendín, Bambamarca, Espinar, Sechura, Paita y un largo etcétera.   Había también quienes proponían que los autores de las pintas fueran fusilados, incluido un integrante del Serenazgo de Lima.  En realidad, también son muchos los limeños de sectores populares que han asumido las prioridades y el racismo de los más privilegiados.

Después de lo ocurrido en la Plaza San Martín, varias personas han sugerido la necesidad de enseñar Educación Cívica en los colegios.  Yo concuerdo y me parece importantísimo promover la valoración del patrimonio histórico, pero creo que la prioridad en el Perú es promover el respeto a la vida humana y la igualdad entre las personas y esto se debe hacer entre los peruanos de todas las edades y sobre todo entre los limeños.  En ese nivel básico nos encontramos.

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